Aún quedan añoranzas de esa bella fluvio-convivencia compartiendo limpias sonrisas y cálidos abrazos en un lugar privilegiado donde el silencio, la pureza y la magia mecían nuestros sentidos y nos hacía sentir más felices. Nos hacían sentir FLUVIOFELICES con el calor más humano y con la naturaleza más salvaje.
Dejarme fluir lentamente por las aguas del Ebro, el amazonas español, me hizo recuperar mis latidos y volver a escuchar mi corazón, que, entre sus silencios, escuché la melodía del agua, escuché el lenguaje del río. Y el río me habló. Y el corazón sonrió. Y mi vida fluyó fluviofeliz.
Estamos muy faltos de estos espacios de calor humano donde se intercambian bondades por sonrisas de agua. Por ello, ahora mi turno es continuar creándolos para seguir sintiendo esa fluviofelicidad que me enseñó el Ebro, esa fluviofelicidad que sentimos junto con toda la gran familia fluvio que allí formamos en cada uno de los "acoplament" para ser uno, para ser río, para ser cielo... ¡Y nuestras cuerpos fluyeron! ¡Y nuestras almas volaron!... ¡Fluviofelices! ;-)
La piedra que aún llevo colgada me recuerda que el año que viene mi sitio estará nuevamente allí para volver a regalar sonrisas, para volver a sentir cálidos fluvioabrazos, para ser la niña que fui, para jugar con el agua, para escuchar al río, para ser cielo...
Gracias a tod@s los "fluvios" (especialmente al Capi), por abrir el corazón a vivir nuestra experiencia fluviofeliz en primera persona. Así la vida cobra sentido. Así nuestra existencia se hace necesaria. Así remaremos todos los días en este ancho mar de calmas y tempestades para volver a fluir al son de nuestros latidos. Para volver al Ebro... ¡Volveré! ;-)
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